Por Patricia Stockton
El presente texto tiene como objetivo sintetizar los puntos centrales de la obra Sobre la libertad (1859) de John Stuart Mill. Para ello, tanto la exposición y los comentarios vertidos se basan en los capítulos más representativos de la obra así como en la conferencia del filósofo Isaiah Berlin, “John Stuart Mill y los fines de la vida”, pronunciada por el centenario de la obra.
Mill afirma, desde su introducción, que el objeto de su libro, es decir, la materia sobre la cual versará su estudio, no es la libertad de arbitrio, sino la libertad civil o social. Ello significa profundizar en “la naturaleza y límites del poder que legítimamente puede ejercer la sociedad sobre el individuo”(p.55). Desde el comienzo, se nos plantea el problema de la libertad desde su negatividad (libertad negativa) entendida como la capacidad que se posee para actuar “sin obstrucciones de otros”. Dicha concepción afirma que se deja de ser libre cuando un tercero nos impide realizar cualquier actividad con el fin de alcanzar una meta. El punto central es el problema de la intromisión de otros hombres que impidan la acción en la forma en que se desea; en consecuencia, se es libre en cuanto no existan estas interferencias y obstáculos. Mill se adhiere a esta concepción negativa de la libertad y va mucho más lejos al afirmar que resguardarla y protegerla debe ser una de las metas más importantes o la más importante de cualquier comunidad.
Sin embargo, el problema es complejo, pues es a partir que los hombres deciden vivir en comunidades sociales que se torna una imposibilidad que todos puedan realizar o llevar a cabo la totalidad de sus propósitos o actividades. La suscripción de un pacto social entre los individuos que conforman la sociedad hace vital el establecimiento de una serie de normas comunes que limiten la libertad del hombre pero sin llegar al punto de reprimirlo sin más, ya que se corre el riesgo de inhibir su desenvolvimiento, nos dirá JSM. El problema para John Stuart Mill es establecer qué aspectos deben ser regulados es decir, sujetos a una vigilancia u observancia social de aquellos que no requieren ser regulados por pertenecer al ámbito privado.
Por esta razón, no hay sociedad para Mill que se salve de la posibilidad de ejercer la represión civil o social por lo que se debe asegurar a través de la ley la protección de por lo menos tres libertades básicas: la libertad de conciencia (que incluye no solo la libertad de pensar y de sentir sino la de expresar y publicar opiniones), la libertad de adquirir gustos y elegir un plan de vida de acuerdo a ellos (con extensión limitada por el acuerdo social) y la libertad de asociación. Estas serán para Mill las condiciones mínimas para una sociedad libre. Ahora bien, ¿qué pasa con aquellas creencias, opiniones o proyectos de vida que contravienen directamente con las nuestros en el sentido en que se muestras opuestos como contradictorias? ¿Qué actitud asumir frente a ellas? Mill, en un intento por construir una sociedad tolerante, nos invita a “respetar escépticamente” las creencias u opiniones de los demás. Ello porque sin la posibilidad de darles cabida caeríamos en dogmatismos y fundamentalismos que devendrían en una actitud perversa y tiránica frente al resto, asunto que, como ya vimos, es justamente lo que Mill quiere evitar. Por esta razón la tolerancia entendida como “escucha alerta” se convierte en la condición de posibilidad del debate público y social.
Por último, la defensa y salvaguarda de las libertades civiles por parte de Mill a partir del énfasis notorio que hace especialmente en el caso de la libertad de expresión, nos habla del valor inigualable que Mill adjudica a la capacidad del ser humano de elaborar y en última instancia de respetar los proyectos de vida de las personas trasfondo de nuestras creencias y prácticas. Sin embargo, Mill nos deja un humilde pero poderoso mensaje de advertencia: no vaya a ser que porque profesemos una fe o una creencia política o ideológica pensemos inmediatamente que esta es verdadera entendida como la única posible. Contrastar nuestras creencias no sólo es necesario sino que incluso se convierte en vital para poderlas defender con un mínimo de dignidad.
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