CÍRCULO DE ESTUDIOS POLÍTICOS Y SOCIALES

CIREPS

Neoliberalismo educativo a la peruana


Cuando la educación es (solo) un negocio rentable


Arturo Caballero

El neoliberalismo educativo ha provocado la desaparición progresiva de las humanidades en los planes curriculares de los niveles secundario y superior por razones estratégicas. Las humanidades tienden ha socializar al individuo y permiten que estos establezcan lazos solidarios con sus semejantes a través de la transmisión de vivencias interpersonales que no poseen los llamados cursos de “ciencias”. Por ello, las humanidades ofrecen una ventaja cualitativa frente a los de ciencias formales. En relación a esto, Mario Vargas Llosa señala que:

“La especialización trae, sin duda, grandes beneficios, pues permite profundizar en la explotación y la experimentación, y es el motor del progreso. Pero tiene también una consecuencia negativa: va eliminando esos denominadores comunes de la cultura gracias a los cuales los hombres y las mujeres pueden coexistir, comunicarse y sentirse de alguna manera solidarios. La especialización conduce a la incomunicación social, al cuarteamiento del conjunto de seres humanos en asentamientos o guetos culturales de técnicos y especialistas (…) Ciencia y técnica ya no pueden cumplir aquella función cultural integradora en nuestro tiempo, precisamente por la infinita riqueza de conocimientos y la rapidez de su evolución (…)” (2001: 44-45)[1].

Más allá de la simple adquisición de datos y de la evaluación periódica, los maestros deberían preocuparse, parafraseando a Jorge Luis Borges, en que sus alumnos se “enamoren” de su curso. Un poema, una novela o un cuento pueden sensibilizar a una persona al grado de abstraerla de una realidad adversa o inmunizarla contra la indiferencia y el conformismo. Así mismo, un la revisión crítica de nuestra historia contribuirá a disipar los malentendidos que tras generaciones se han ido retransmitiendo: un pasado glorioso, pero un presente vergonzante; o el bálsamo consolador del “mendigo sentado en una banca de oro”.

Pero ¿qué actitud asume el neoliberalismo en este panorama? Alienta el individualismo extremo que prescinde del otro, puesto que en la medida que exalta la libertad negativa (la no interferencia del otro en mi autonomía) anula la participación ciudadana, subestima la importancia de los movimientos sociales y la deliberación de la sociedad civil en la política nacional, y en consecuencia, dificulta la solidaridad. El neoliberalismo considera al individuo-propietario como el motor exclusivo del desarrollo social. Restringe la definición de ciudadanía al rechazar las demandas organizadas de la población y el reclamo colectivo de derechos ciudadanos por considerarlos una amenaza a los ciudadanos individuales, en particular si son propietarios (Lynch 2005:88)[2]. No es un azar que en las universidades empresa no exista representación estudiantil ante la asamblea universitaria ni tercio estudiantil ni centros federados. Por esto, no basta solo con una concepción “negativa” de la libertad “sino también ‘positiva’ (como posibilidad para el desarrollo personal, el ejercicio de deberes con la comunidad y el logro de condiciones para que la libertad sea factible)”.

¿Qué otro motivo tiene el neoliberalismo –además de atomizar la sociedad y así impedir la participación colectiva– para desaparecer a las humanidades? Una simple razón: las humanidades son un campo fértil para el cuestionamiento, la crítica y la subversión de lo establecido. En contraste, el neoliberalismo privilegia lo utilitario, lo práctico y los resultados inmediatos (utilidades y productividad a corto, mediano y largo plazo; la lógica del costo-beneficio); a la vez que considera imprácticos, por no decir improductivas, a las humanidades, porque, supuestamente, no poseen una aplicación explícita. Nociones como esta, ignoran el hecho que las civilizaciones más encumbradas de la historia universal alcanzaron un notable equilibrio en ciencias, artes y humanidades y no solo en una rama del saber). Esta forma de pragmatismo suele guiar la elección de una carrera profesional prestigiosa, en oposición a las no tan aclamadas humanidades. Estudiar una carrera que “dé buena plata” es el imperativo que guía a la gran mayoría de estudiantes en la actualidad. Así que si el secretariado trilingüe español-inglés-chino mandarín se pone de moda, alguna universidad implementarán una facultad ad hoc que transforme esa necesidad en la carrera del futuro.

La estrategia ideológica aquí cosiste en inhibir el espíritu crítico: un sujeto práctico no cuestiona lo establecido porque no busca explicaciones, sino que solo ejecuta instrucciones. La única cuestión que formulará, será el no encontrarle fines a los medios, lo que se evidencia en preguntas del tipo ¿para qué sirve la ética?, ¿para qué le sirve la antropología a un abogado? o ¿porque un economista debe llevar dos años de estudios generales?

Por otro lado, la disminución en la exigencia académica a los postulantes –de parte de las universidades empresariales– posee una finalidad práctica: aprovechar la demanda que no es absorbida por las universidades tradicionales. ¿Por qué un joven –en un país donde el ingreso a la universidad es casi un ritual social a la altura de la confirmación o el matrimonio– se expondría a un exhaustivo examen de admisión en la PUCP, San Marcos o la Antonio Ruiz de Montoya corriendo el riesgo de no aprobarlo si con solo llenar un formulario y una carta de recomendación de su miss o profe del colegio bastaría para ingresar? Ubicarse dentro del tercio superior en la secundaria no representa una valla imposible de superar si tenemos en cuenta que los Programas No Escolarizados (PRONOE) y muchos colegios privados preuniversitarios tienen como consigna aprobar, a como dé lugar, a sus alumnos. Por lo tanto, debemos sospechar de la validez de estos tercios superiores.

A nivel de universidades –y en general en todos los niveles educativos– la actuación de neoliberalismo educativo ha sido visible sobre todo desde la década del 90; que no fue solamente la de la corrupción, la dictadura con fachada democrática, el atropello a los derechos humanos o la hipoteca de la conciencia periodística; sino también, de la consolidación del neoliberalismo en distintos ámbitos de nuestra sociedad. Fujimori institucionalizó la frase «a la universidad se va a estudiar y no a hacer política» desde que las universidades fueron intervenidas por las fuerzas armadas. Gran parte de la ciudadanía recibió con complaciente beneplácito (al igual que con el autogolpe del 5 de abril de 1992) el hecho de que en las universidades nacionales los estudiantes no perdieran el tiempo en discusiones políticas y se apresurasen a aprobar sus cursos, graduarse y conseguir un empleo; todas ellas aspiraciones legítimas y muy nobles, pero que en el contexto en el que se desarrollaron sirvieron para apuntalar el utilitarismo y el pragmatismo en la educación.

En este sentido, el Decreto Legislativo Nº 882, “Ley de Promoción de la Inversión en la Educación” fue el acta de nacimiento del neoliberalismo educativo a la peruana “una norma paralela a la Ley Universitaria, una iniciativa impulsada bajo el fujimorato por influyentes empresarios ávidos por invertir en la educación superior”. (Gamio 2007)[3]. La referida norma señala en su artículo 2º que «Toda persona natural o jurídica tiene el derecho a la libre iniciativa privada, para realizar actividades en la educación. Este derecho comprende los de fundar, promover, conducir y gestionar Instituciones Educativas Particulares, con o sin finalidad lucrativa».

Aparentemente, esta norma pretendía atenuar las deficiencias de la educación estatal; sin embargo, los resultados dicen lo contrario: si bien los beneficios económicos para los promotores educativos han sido óptimos (profesores con sueldos por debajo del mínimo o impagos durante mucho tiempo, sin título profesional, con profesiones inconclusas, sin beneficios sociales y sin la seguridad de que al siguiente mes continuarán laborando: todo ello representa un enorme ahorro en los costos y mayores márgenes de utilidades) también es cierto que grandes corporaciones educativas suelen comprar resoluciones directorales de colegios particulares al borde de la quiebra, prescindiendo luego de todo el personal que antes laboraba y, eventualmente, del alumnado que no pudiera pagar las nuevas pensiones.

El ajuste estructural de sesgo neoliberal aplicado en el Perú en la década del 90 no produjo el despegue de la educación nacional y, por lo tanto no resolvió sino que agudizó su crisis. La liberalización del mercado educativo benefició a los inversionistas y en menor proporción al docente e introdujo en los últimos meses una política educativa de satanización de la carrera magisterial en la que se endilga al maestro toda la responsabilidad de la crisis de nuestro sistema educativo como si el Estado que lo instruyó en universidades estatales y le dio trabajo, ni fuera parte integral del problema.

¿Cómo salir del laberinto?

El diagnóstico y la crítica son un buen comienzo, pero insuficientes si es que no se refuerzan con la acción para el cambio y este, a mi modo de ver, no vendrá jamás de las estructuras que detentan el poder porque el poder no dialoga, el poder es monológico. El cambio deberá venir de la sociedad civil organizada y deliberante en los asuntos que atañen y ello porque no hay evidencia histórica que demuestre que una ideología hegemónica haya renunciado voluntariamente al poder y a sus privilegios una vez que se inician las transformaciones sociales (Borón 2007:38) [4]. Pensar que los que detentan el poder en un acto de hidalguía cederán la posta con beneplácito a fuerzas progresistas es, políticamente hablando, un disparate. Aquellos conocen muy bien que saber es poder; por eso han capturado la educación.


[1] VARGAS LLOSA, Mario; 2001: La literatura y la vida. Conferencia magistral. Lima: UPC.
2 LYNCH, Nicolás; 2005: ¿Qué es ser de izquierda? Lima: Sonimágenes.
3 GAMIO, Gonzalo; 2007: "Buscando razones (y emociones) para no discriminar. El cultivo de las humanidades y la defensa de los derechos humanos".
4 BORÓN, Atilio; 2007: Reflexiones sobre el poder, el estado y la revolución. Córdoba: Espartaco.





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